Antes de empezar y sin pretender caer en el simplismo, hay que matizar que la principal función de la bebida es fisiológica, imprescindible para el buen funcionamiento de nuestros órganos, cumpliendo unas necesidades biológicas vitales. Algunos de los usos necesarios para nuestro metabolismo son  la propia hidratación, el aporte de nutrientes, la rehidratación del paladar para salivar (fundamental a la hora de degustar), facilitar la digestión ayudando por ejemplo al paso de la comida por el tracto digestivo. Otro uso fisiológico de la bebida es la termorregulación de nuestro cuerpo, modificando las sensaciones externas tanto de frio como de calor, ayudando a mantener la temperatura idónea en el interior de nuestro cuerpo. Por último las bebidas pueden servir para estimular o relajar, según la composición de estas como el consumo de café o té para obtener una mayor activación cognitiva.

Por otro lado las bebidas juegan un papel importantísimo en el uso hedonista o lo que es lo mismo, en la búsqueda del placer y del disfrute. Existen pues otros usos que nos impulsan a consumir las bebidas. De hecho tendemos a diferenciar la propia acción de beber, sorber o tragar un liquido para un uso como decíamos mas fisiológico, con el acto de degustar, catar o probar que lo atribuimos  a un objetivo que persiga disfrutar de las sensaciones organolépticas que nos transmite esa bebida, buscando el aporte y la sensación de placer, el goce o disfrute físico y/o espiritual.

El psiquiatra Morten L. Kringelbach define en tres las fases de este placer que podemos aplicar a la degustación de una bebida. La primera de esas fases responde a la relación con el deseo que se genera fruto del anhelo gestado con las expectativas. Esas que se generan cuando pensamos en el aperitivo, en el coctel o en la buena botella de vino que vamos a degustar.

La segunda se produce en el momento de la degustación, marcado por el período de disfrute de la propia bebida, donde se genera la predisposición al disfrute de todas y cada una de las sensaciones organolépticas, matices, sabores o fragancias que nos ofrece la elaboración liquida, fruto de una ingesta consciente, pausada y sosegada. Donde puede existir un juego con nuestro paladar mental, nuestros conocimientos y recuerdos.

Por ultimo se genera la propia sensación de saciedad, pero no solo relacionada con el acto de beber fisiológicamente hablando, sino la satisfacción de completar nuestro anhelo, de obtener ese placer por medio de la bebida y prolongar este a través de la conversación, de comentar sus propiedades o simplemente disfrutar por ejemplo, del placer profundo de los taninos en boca.

Tras el propio placer sensorial que nos puede aportar una buena bebida por su sabor, existen otras sustancias que pueden aportar deleite al organismo como es el caso de las endorfinas que se liberan con el consumo moderado de bebidas alcohólicas, generando una sensación de euforia y bienestar o la dopamina que se liberan con la ingesta de  algunos refrescos.

Podríamos destacar también el placer que nos genera una bebida refrescante en una terraza en pleno verano o por el contrario una bebida caliente en pleno invierno.

Debemos relacionar el uso hedonista de las bebidas inevitablemente con las relaciones sociales. Como homínidos estas forman parte de nuestras necesidades básicas, tanto para nuestro desarrollo y bienestar individual, como para poder construir nuestra identidad y sensación de pertenencia grupal que nos arropa. Unas relaciones que nos permiten divertirnos, entretenernos y que nos generan claro estar placer. Así convertimos el acto de degustar una bebida en uno de los vínculos usados para potenciar, establecer u cohesionar nuestras relaciones con los demás. De hecho es uno de los recursos mas usados para entablar un encuentro, es muy habitual quedar para ir a tomar un café, una cerveza, un vino o unos potes, según el nivel de confianza.

Este placer compartido y social se desarrolla tanto de forma exclusiva, como hemos comentado con el propio acto de disfrutar de una bebida que a su vez, ameniza o dinamiza una conversación, tertulia o reencuentro. O bien puede actuar de forma complementaria con la comida, un tándem prolifero en las mesas de restaurantes o del ámbito privado.  Esta relación bebida-comida puede ser sencillamente de  acompañamiento o puede buscar un resultado mas complejo, donde se intente buscar una armonía, lo que los portentosos denominan maridaje.  Un concepto de equilibrio entre las características organolépticas de la bebida y de la comida, no es ni mucho menos una ciencia exacta de hecho es un apartado que da mucho juego y que siempre debe estar prescrita por nuestro sumiller de cabecera.

El placer es representado de muchas formas pero uno de los lenguajes mas prometedores se esconde tras el discurso liquido de las bebidas, que tienen una enorme función hedonista y social.
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